La semana pasada regresé de una visita a los campamentos de refugiados de Saharauis situados en el desierto del Sáhara de Argelia. El viaje se llenó de múltiples sensaciones que recorrían mi sangre desde los pies del dolor, las manos de la impotencia, la cabeza de incomprensión, y el corazón de admiración. Tanta fuerza... paciencia... amor... lucha... Todo era increíble. No llega a cuajar en mis pensamientos el sufrimiento que esta pasando el pueblo saharaui y a que precio. ¿Por que? Simplemente porque los intereses económicos llegan más lejos que los derechos humanos. Es vergonzoso.
Las historias y momentos fueron clavándose dentro. Desde el día que acompañamos a la abuelita de la casa entre una tormenta de arena a buscar el 1/2kg de cebollas por cada miembro de la familia que pertocaba al mes procedente de la ayuda humanitaria por la cual subsisten. Hasta las historias del joven saharaui que cruzó el muro procedente de los territorios ocupados dejando a la suerte su vida tentando a las minas y los militares marroquíes.
Todas estas historias llenan mi corazón y lo llenan de fuerzas para luchar contra su causa. El corazón se me llena de lágrimas al escuchar a los jóvenes como terminan la paciencia del camino pacifista que permanece en su pueblo desde hace 35 años... Queriendo volver a su tierra a través de la sangre. Lo comprendo, ya que los cementerios de los campamentos se llenan cada día más de tumbas de personas inocentes que nunca pudieron volver a su país. Tumbas en las que algunos no tienen más recursos que hacer la inscripción en una sartén para recordar a los familiares... ¿Donde estamos llegando? Lo último que quisiera es solucionar el conflicto a través de la guerra. Entonces, ¿Nos vamos a quedar con los brazos cruzados? Hagamos algo antes de llegar a ese límite.
Os llevo conmigo de todo corazón... No estáis solos.
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